Ayer veíamos cómo un niño compartía una pluma que había encontrado y eso era el desencadenante para transformar la vida de un barrio gris en una explosión de alegría y color. El niño compartía algo que se encontraba, pero también compartía con ello su ilusión y alegría, y con ello transformaba lo que había alrededor.
Vamos a dedicarle un tiempo a pensar en qué me dice a mí esto.
Para poder pensar nos podemos en una posición cómoda, sentados.
Cerramos los ojos.
Inspiramos despacio y profundamente tres veces, siendo conscientes del aire entrando por la nariz y como llena tus pulmones, y luego sale lentamente. Nota como al respirar lentamente tu cuerpo se relaja más y se van relajando todos tus músculos. Siente como tus pies se apoyan en el suelo.
Ahora trae a tu mente recuerdos agradables de los últimos meses, de algún día especial, de las vacaciones de verano. Momentos en que disfrutabas con gente cercana. Piensa en qué hacía ese momento especial. Piensa en esos momentos durante un minuto.
Piensa en qué puedes hacer tú para que la gente con la que convives habitualmente se sienta bien. Qué puedes compartir para ayudar a los demás, para alegrarles, para hacerles sentir mejor. Piensa en eso durante un minuto.
Y ahora piensa en qué es lo próximo que piensas hacer para que tu voz, tu persona, tus dones... suenen. Comprométete contigo mismo a hacer sonar tu voz, a que tu voz transforme el mundo que te rodea. Propónte algo, y repítetelo a ti mismo en tu cabeza.
Cuando hayas acabado vete abriendo los ojos y tomando conciencia de lo que te rodea.
Recuerda lo que te has propuesto, y procura llevarlo a cabo en los próximos días.
Buen martes.
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