Buenos días.
Hoy vamos a reflexionar sobre la vocación, como llamada de Dios a realizar el fin para el que
nos ha creado: “Dios…quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la
verdad” (1 Tim 2, 4). Todos hemos sido llamados a un estado de vida de perfección o santidad,
por el cual unos son llamados a la vida consagrada en sus diferentes formas, o al matrimonio.
Veamos lo que el Papa nos dice en este vídeo sobre la vocación consagrada a la vida
sacerdotal.
La vocación pone la llamada de Dios en el centro de nuestra existencia. Es Dios quien nos llama, del
mismo modo que lo hizo con Abraham, Moisés, David o Isaías... Él ha dicho: No sois vosotros los que me habéis elegido, sino yo el que os he elegido a vosotros (Jn 15, 16). Dios nos apremia a la entrega de la propia vida a los demás. Nuestra vocación será verdadera únicamente desde este criterio: ¿Estoy viviendo de tal forma que doy lo mejor de mí mismo a los demás? ¿Vivo empleando toda mi energía en esta tarea?
Ser hijo de Dios supone un gran poder, pues Dios, al ocuparse de todo, solo se fija en nuestra debilidad y pobreza. No debemos tener miedo a reconocernos vulnerables ante él, pues esta es la esencia de la vocación: todo se lo debemos a él, y con Él todo es posible, si se lo pedimos con fe y total entrega.
Piensa en un rato de silencio:
¿Qué necesitan los demás de mí, qué me piden?¿Y Dios?
¿Qué suene mi voz, su voz? , ¡Que suene tu sí…!
María Auxiliadora, ruega por nosotros.
Buenos Días elaborados por Ricardo Esteban.
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