OH, SOL QUE NACES
DE LO ALTO, RESPLANDOR DE LA LUZ ETERNA, SOL DE JUSTICIA, VEN AHORA A ILUMINAR
A LOS QUE VIVEN EN TINIEBLAS Y EN SOMBRA DE MUERTE.
El próximo domingo
24 de diciembre, último domingo de adviento, aparecen tres títulos del Mesías
con un punto en común: la luz. Jesucristo se definió a sí mismo como “Luz
del mundo”, que viene a iluminar las tinieblas. Por eso este año celebramos
nosotros la Navidad en el colegio con el lema: CONTIGO SOMOS LUZ.
En el Evangelio de
Lucas, Zacarías alude a la llegada del Mesías diciendo: “Por la entrañable
misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,78). En
latín se dice “Oriens”. Es el sol naciente.
Pero referido al
Mesías adquiere una fuerza inusitada: es una luz que se origina, que nace en el
tiempo, pero que está llamada a no menguar ni guardarse. El “Oriens”, el “Sol
de Justicia” no conoce el ocaso. Así lo afirma el pregón pascual: “ese lucero
que no conoce el ocaso, y es Cristo, tu Hijo resucitado”. Jesús es “Resplandor
de la luz eterna”, de la luz divina incesante.
En esta víspera de
la Navidad, la Iglesia entera madruga para ver el amanecer. Sin duda, una de las
experiencias más bonitas de la naturaleza. ¡Cuántos amaneceres tenemos en
nuestra memoria! Pero este amanecer es diferente. De hecho, es único: la
Iglesia madruga en Adviento para prepararse a la salida del Oriens.
Durante el tiempo
de adviento, como ocurre en los minutos antes de la salida del sol, todo se va
iluminando con tonos diferentes, que aluden a las diferentes profecías
salvíficas que hemos visto estas cuatro semanas. En ellas hemos contemplado las
promesas que Dios va a cumplir.
Pero sobre todo,
hemos visto prefigurado al Mesías, a quien esperamos ver ardientemente. Este
amanecer que contemplamos es único en la historia, porque es el Oriens quien va
a levantarse para no ponerse nunca.
Preparemos nuestros
corazones para esta noche, en que la Iglesia —cada uno de nosotros— quiere
estar junto a María y José para adorar al Niño y alegrarnos por el esplendor
que irradia la luz eterna del Verbo encarnado.
¡Gracias, Señor,
por amarnos tanto! ¡Gracias por ser tan grande y hacerte tan pequeño!
¡Que nos dejemos
abrasar por los rayos de la luz eterna que salen de este Sol envuelto en
pañales!
Vamos a rezar un
Ave María, una vez más, para pedir que el sentimiento de luz nos envuelva y nos
de la esperanza en un mundo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario