Buenos días!
Ayer
os contaban lo difícil que fueron los primeros años como salesianas: primero
porque el pueblo nos había dado la espalda, enfadado con Don Bosco; también
porque nos faltaban recursos. Pero nosotras, las primeras 15 salesianas éramos
muy felices. El colegio funcionaba. Nosotras, casi todas, procedíamos de
Mornese y no estábamos preparadas para
dar clase. Comenzamos a estudiar; yo aprendí a escribir. Don Bosco nos mandó un buen fichaje para la
Congregación. Era una chica que era maestra
y nos podía enseñar tanto a las chicas como a las sores. Después se hizo
salesiana, se llamaba Emilia Mosca.
En
1874 murió Don Pestarino. Fue un duro
golpe para nosotras. Los del pueblo creían que ahora la Congregación se
diluiría. Pero qué va. ¡No nos íbamos a desanimar! ¡Con lo que nos había costado!
Me
eligieron, por votación, primera Superiora General. Cuando fui a hablar con Don Bosco me lo dijo
muy claramente Nuestro programa es muy sencillo: Rezar, trabajar y
sacrificarnos sin protestar.
Y
comenzamos a abrir casa en otros lugares, nuevos colegios… y hasta América, sí,
nos fuimos de misioneras… Bueno, yo me tuve que quedar pero con la alegría de
ver que mis hermanas se encargaban de que la Buena Noticia de Jesús tiene
llegara hasta el fin del mundo.
Escribí en una
carta: “guárdeme un sitio para América. Es verdad que no sirvo para nada, pero
la polenta la sé hacer y estaré atenta en la colada para no gastar mucho jabón;
y si quiere, aprenderé también a cocinar… En fin, haré todo lo posible para que
estén contentos, con tal de que me dejen ir.”
Nunca fui. Mis
obligaciones fueron otras; la de acompañar el Instituto que estaba empezando a
crecer.
Hoy las
salesianas somos 12.809. Estamos en 74
naciones, presentes en los cinco continentes con un total de 1.390 comunidades
locales. Trabajando siempre con los jóvenes en colegios, centros juveniles,
hogares, talleres, residencias, casas familia, catequesis, formación
profesional, proyectos con mujeres…
La
verdad, yo nunca me imaginé que esto iba a ser algo tan grande.
Os invito a
rezar con una canción. Se llama ¡Al hilos de Dios”. Su título hace alusión a la
experiencia de haberme dejado conducir por lo que Dios me iba proponiendo;
muchas sorpresas, algunas estupendas, otras, no tanto. Pero siempre confiando.
Dios fue tejiendo mi vida, como tejíamos en nuestro taller de Mornese, puntada
a puntada, que queríamos que fueran un acto de amor a Dios. Las puntadas que Él
da en nuestra vida sí que lo son, desde luego… Y si nos dejamos conducir por
esos hilos que tejen nuestra historia, haremos realidad su sueño. Hace falta
confianza, como el funambulista que anda por la cuerda floja.
Sí, sigamos al
hilo de Dios… Reza, mientras la escuchas para que así sea.
Buenos Días elaborados por Conchi Muñoz
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