Para alegrarnos necesitamos
amor y verdad, necesitamos a Dios
Alegría cristiana significa apertura al amor y a la verdad. En la misma ocasión el año siguiente lo decía así Benedicto XVI: “La verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo” (Angelus, 13-XII-2009).
La alegría del adviento va unida a la esperanza cristiana, y por tanto, a la constancia y a la paciencia, a la “confianza operante”, pues se trata de unir la fe en Dios con el compromiso humano. Los cristianos sabemos que la felicidad solo se puede encontrar plenamente en la fidelidad a Dios: “El agricultor –observaba el Papa ahora emérito– no es fatalista, sino que es un modelo de esa mentalidad que une de manera equilibrada la fe y la razón, pues, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple bien con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el compromiso humano y la confianza en Dios” (Angelus, 12-XII-2010).
Un año después advertía contra una alegría superficial: “La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir desentenderse de los empeños de la vida y de sus responsabilidades”. Ciertamente que es importante el descanso, pero no hay verdadera alegría sin Dios. Por eso, “quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación pueden quitar”. Y evocaba la figura de San Agustín: “En su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cf. Confesiones, I,1,1)”
Alegría cristiana significa apertura al amor y a la verdad. En la misma ocasión el año siguiente lo decía así Benedicto XVI: “La verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo” (Angelus, 13-XII-2009).
La alegría del adviento va unida a la esperanza cristiana, y por tanto, a la constancia y a la paciencia, a la “confianza operante”, pues se trata de unir la fe en Dios con el compromiso humano. Los cristianos sabemos que la felicidad solo se puede encontrar plenamente en la fidelidad a Dios: “El agricultor –observaba el Papa ahora emérito– no es fatalista, sino que es un modelo de esa mentalidad que une de manera equilibrada la fe y la razón, pues, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple bien con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el compromiso humano y la confianza en Dios” (Angelus, 12-XII-2010).
Un año después advertía contra una alegría superficial: “La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir desentenderse de los empeños de la vida y de sus responsabilidades”. Ciertamente que es importante el descanso, pero no hay verdadera alegría sin Dios. Por eso, “quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación pueden quitar”. Y evocaba la figura de San Agustín: “En su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cf. Confesiones, I,1,1)”
Buenos días elaborados por Ignacio Rivas
No hay comentarios:
Publicar un comentario