Comenzamos esta semana con una invitación a mirar
el mundo con ojos agradecidos. En el relato del Génesis, Dios contempla su obra
y declara: “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1,31).
Esta afirmación no es solo una descripción, sino
una llamada a reconocer la belleza y bondad de todo lo creado. La Tierra, con
sus paisajes, sus criaturas y sus recursos, es un regalo que hemos recibido
para custodiar.
Como comunidad cristiana, cuidar la creación es
una forma de vivir nuestra fe. No se trata solo de ecología, sino de
espiritualidad. Cada gesto de respeto hacia el medio ambiente —apagar una luz
innecesaria, reciclar, cuidar una planta— es una oración silenciosa que dice: “Gracias,
Señor, por tu obra”.
En este sentido, somos guardianes de la
creación, llamados a protegerla con amor y responsabilidad.
Además de ser un acto de fe, cuidar la creación es
también una forma de vivir la esperanza cristiana. Cuando protegemos el medio
ambiente, estamos sembrando futuro, confiando en que las generaciones venideras
podrán disfrutar de la belleza que Dios nos ha regalado.
En un mundo marcado por el consumo y la prisa,
detenernos a contemplar la naturaleza es un gesto que nos conecta con lo
esencial. Que esta semana sea una oportunidad para redescubrir el valor
espiritual de lo sencillo: una flor, un amanecer, el canto de los pájaros.
Reflexión del día: ¿Qué gesto concreto puedo hacer hoy para cuidar el mundo que Dios me ha
confiado?
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